Ceniciento

Érase una vez un tipo muy vago, de aquellos que no tenían ni oficio ni beneficio, como Marichalar más o menos, y que sólo podía caerse muerto en casa de sus padres donde vivía. Estos estaban hartos de decirle que ya era hora que a sus treinta y cinco años se pusiese a hacer algo remunerado en la vida y se fuese de casa. Tan cansados estaban de cuidarse de él, que se murieron a los solos efectos de echarlo del hogar. Cuando se quedó huérfano y desahuciado y gracias a que la madre naturaleza se comportó de manera más que generosa en los atributos sexuales de Ceniciento, pudo refugiarse en un lupanar de las afueras de la ciudad dónde las señoras (y algún que otro señor), entradas en años, carnes y, sobre todo, dineros, iban a retozar con jovencitos y no tan jovencitos. Allí es dónde le empezaron a llamar “Ceniciento” ya que aquél lugar era uno de los pocos trabajos a techo cubierto de la ciudad, donde existía una zona para fumadores. A él le pusieron un catre al lado de ese sector del prostíbulo, con lo que todo el humo y la ceniza le iba a parar cubriéndole el cuerpo. Y claro, como no era muy dado a acicalarse, Ceniciento siempre estaba lleno del polvillo gris que pululaba en el ambiente.
El lugar estaba regentado por una viuda con dos hijos, tanto o más vagos que el personaje de nuestra historia, que no hacían más que comerse los beneficios que el negocio del sexo distraído reportaba a la madame. Así que ésta, muy saturada de sus dos hijos, no veía el día de librarse de ellos y largarlos fuera de casa. Al contrario de los que fueron padres de Ceniciento, la empresaria del burdel no tenía ganas de fallecer para echar a sus descendientes del domicilio.
Un día corrió el rumor por la ciudad que la reina de aquél país organizaba una orgía y quería invitar a los jóvenes (y no tan jóvenes) más depravados del reino. No era algo nuevo pues de todos los ciudadanos era conocida la bisexualidad del marido de la soberana y el morbo que le causaba organizar tríos con ésta en los que el tercer componente siempre era un hombre. También se sabía que los monarcas adoptaban mancebos en palacio si el amontonamiento sexual era de su agrado. Así que la viuda propietaria de la casa de trato vio una magnífica oportunidad para desembarazarse de sus dos hijos.
- Tú Ceniciento, no irás -dijo la empresaria sabedora de su enorme pene capaz de eclipsar a sus hijos, menos dotados-. Te quedarás en casa atendiendo a doña Clotilde que tiene una urgencia libidinosa.
Doña Clotilde era, como su propio “doña” indica, una vieja de más de ochenta años que había enviudado hacía uno de un rico constructor que, además de poner cemento en los edificios que construía, lo había puesto a la entrada de la cueva del deseo de doña Clotilde. Esta, al morir su marido, decidió que gastaría toda su fortuna en romper aquél cemento y para ello se había recorrido todos los antros de lenocinio del País en busca de su particular peón de derribos. El plan de la viuda empresaria cabreó muchísimo a Ceniciento pues sabía que con doña Clotilde era incapaz de mantener una erección y tenía que recurrir a otros medios artificiales para el solaz de la anciana cuya preparación, para un indolente como él representaban un auténtico engorro.
Llegó el día de la orgía y Ceniciento angustiado vio partir a la viuda y a sus hijos hacia el Palacio Real. Cuando se encontró solo en la habitación poniéndose un tanga ajustado, no pudo reprimir sus improperios.
- ¡¡Hay que joderse!! ¡Como no se me levante la vieja no me va a pagar un puto euro! –exclamaba una y otra vez-
De pronto se le apareció su diablo protector.
- No te preocupes -exclamó el diablo-. Se te levantará y la vieja te cubrirá de papel moneda. Tendrás tantas erecciones que no te quedará más remedio que ir a la orgía de palacio para seguir satisfaciendo a quién se te cruce por delante. Pero hay dos condiciones. La primera es que tendrás que ponerte este preservativo de propiedades mágicas –le extendió algo parecido a un enorme globo- y que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta, porque el condón perderá todas sus propiedades.
Dicho y hecho. Ceniciento se puso la goma nada más aparecer doña Clotilde en el lupanar y automáticamente, su verga experimentó una firmeza que asombró a la anciana que no acababa de creerse aquél portento que, una y otra vez y sin descanso rompía los diques de protección de su seca laguna. Cuando llevaban el cuarto asalto en hora y media, doña Clotilde pidió la rendición a Ceniciento temiendo que las embestidas de éste acabasen no solo con el cemento, sino con su maltrecha construcción corporal. Tal y como había predicho el diablo protector, le soltó seis mil euros con la firme promesa, le dijo, de convertirlo en su favorito y guardarle un abundante legado en su testamento.
Ceniciento que seguía con el atributo más tieso que un palo mayor, se dirigió a Palacio a continuar su desahogo en el desenfreno allí organizado. La llegada de Ceniciento al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de la orgía, el rey y la reina quedaron prendados de la enorme protuberancia que cimbreaba bajo la capa de Ceniciento. Así que estuvieron copulando los tres toda la noche. Nadie lo reconoció, ni tan siquiera los hijos de la viuda empresaria del sexo que, como los demás “orgianos y orgianas” se preguntaban quién sería aquél joven tan superlativamente dotado.
En medio de tanto gemido, jadeo y encontronazos inguinales, Ceniciento oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Me cagooooooeeeeeeeennnnnnnnlalechhhheeeee! ¡Tengo que irme! –exclamó con su delicado lenguaje-.
Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída el condón mágico, que la reina recogió asombrada y muy molesta ya que la huida de Ceniciento se había producido a media cópula.
Para encontrar al poseedor de aquella verga tan enorme, los monarcas idearon un plan. Convertirían en favorito y gozaría de las prevendas reales, aquél que pudiera colocarse el preservativo mágico. Envió a sus heraldos a recorrer todas las casas de alcahuetería del Reino. Los mancebos se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien la monumental goma.
Al fin llegaron al burdel donde vivía Ceniciento, y claro está que los hijos de la viuda en cuanto se probaron el condón, sus vergas parecían los hilos de una bombilla dentro de un enorme dirigible. Pero cuando se lo puso Ceniciento vieron con estupor que le estaba perfecto y que su pene adquiría una firmeza instantánea.
Y así sucedió que los monarcas se llevaron a palacio a Ceniciento convirtiéndolo en su único mancebo, no recordándose en el reino que celebrasen más orgías ya que no había necesidad de ellas. Los hijos de la viuda empresaria continuaron en casa de ésta atendiendo las necesidades de doña Clotilde hasta que esta pasó a mejor vida fruto del desconsuelo en el que la había sumido la pérdida del magnífico aparato de taladrar de Ceniciento. Y verderín verderado este cuento, se ha acabado.
19 comentarios
Pavoguze -
Para cesar villegas, en el apartado de los cuentos -
cesar villegas -
Para MaRioSe, recordando lo que hizo ayer noche -
MaRioSe -
Me ponía encima de la cama de hermana y hacía como que le leía el cuento que tenía abierto... pero yo aún no sabía leer, así que me lo inventaba. Lo curioso que mi hermana creía que yo sabía leer... aunque lo cierto es que me lo sabía casi de memoria.
Besosssssssssss de esos de cuento.
Para Una María de tantas, el gusto es mío -
Una Maria de tantas... -
Un beso, Maria
Para Kaleidoscopio, insistiendo en lo imaginativo -
Para Pléyades, sin tamaño ni medida -
Kaleidoscopio -
Pléyades -
Para Pléyades, dándome ideas -
Para TERESA, lo ha probado -
Para calma, abatida al caer en la cuenta -
Para Kaleidoscopio, risueña -
Pléyades -
TERESA -
calma -
Después de leer tu cuento, nunca más podré creer en los sapos y ranas, siempre imaginaré a ceniciento beneficiandose a la tercera edad...
Putadem grossen me has hecho...
Por lo demás, como siempre... desbordando...
Kaleidoscopio -
Bueno, buenoooooooo!!!